lunes, 18 de noviembre de 2013

Notas sobre el otoño en Villuercas

 
 Este fin de semana nos ha vuelto a visitar F.Javier Sachez, un escritor extremeño que vivió en estas tierras y que se impregnó de la esencia villuerquina. Como admiradora de su trabajo (Tratado geográfico sobre la aversión, Árboles de carne, El engendrador, Job aterido,...) y hoy, viendo la niebla que sólo el sol deshace me he acordado de un texto suyo que os cito:

  A finales de septiembre, cuando la sombra de las cárcavas refresca la tarde amarilla del álamo, una niebla hueca, decidida, baja de las sierras sin ningún propósito y se introduce serpenteante entre los castaños para acabar cubriendo los helechos y las retamas completamente. El sol se va asustando poco a poco y lo que fue neblina en primer tiempo se torna densa, compacta niebla, como si todo el valle, con sus sierras del rededor, fuese una inconmensurable habitación cerrada. La vista no alcanza una distancia mayor de dos o tres alcornoques y aletea entonces una sensación de tierna aprensión.
  Cuando ocurre todo esto, los milanos reales y los ratoneros no se atreven a surcar los espacios dominados por el helechal y, muchísimo menos, a escudriñar los bosques de loreras, pues son conocedores, desde siempre, del olor a difunto que desprende aquella tierra humedecida y preñada de semillas.
  Entonces, a veces, los robles melojos asemejan mamíferos rumiantes que están solos y que miran al camino desde la lejanía con sus goteantes cuernas de palo. El musgo logra vestir los troncos de esos árboles casi por completo como si se tratase de una piel roma y ceñida que no se desprende jamás. Hay hombres y mujeres valientes en el pueblo que guardan un respeto infinito a los caminos en tiempos de neblina por esa misma razón ya que piensan que los árboles son cérvidos insomnes, ávidos por inseminar a todo ser vivo.
  Las vecinas más avispadas de Berzocana dicen que, en ocasiones, se echan a faltar árboles de un día para otro porque han cobrado vida gracias a la humedad perfumada a enebro que trae la niebla desde las cárcavas de las Villuercas. Según cuentan las vecinas, esos robles rumiantes abandonados abandonan su cárcel de raíz, bajan a beber al río Viejas cuando el aire es tibio y se aparean entonces con los ciervos montaraces, engendrando crías que nacen con los ojos del color de los niños huérfanos. Eso ocurre en toda la comarca de las Villuercas a finales de todos los septiembres, desde el principio de la vida.

     Capítulo 14, "Tratado geográfico sobre la aversión" Editorial Verbum, 2006.
 
     F.Javier Sachez García

 
(Tomo prestadas algunas de las maravillosas fotografías de Víctor Pizarro, que embellecen mucho mejor que las mías este estremecedor texto.)